sábado, 15 de junio de 2013

Cuenta atrás para el secreto suizo

La presión por más transparencia lleva a los bancos helvéticos a buscar nuevos clientes emergentes

Coches deportivos pasean sin capota bajo un sol esperado durante meses en Zúrich. Mujeres, subidas en tacones, lucen las piernas al aire, y en las terrazas los banqueros encorbatados conversan animadamente. La aparente placidez que se respira en las calles del cuartel general suizo de la banca esconde una revolución en ciernes: el fin del secreto bancario.
Desde que en 1934 Suiza legalizara su opacidad, clientes de cualquier rincón del mundo tienen garantizada en este pequeño y próspero país la confidencialidad de sus movimientos financieros. Los delitos, ya sea el blanqueo de dinero, la financiación de terrorismo o cualquier otro, marcan en principio los límites del secreto bancario. Terceros países pueden pedir informaciones específicas a los bancos helvéticos. Un acuerdo en el marco de la OCDE amplió en 2009 el tipo y las condiciones de transferencia de información para usos fiscales. Desde 2004 Europa tiene un pacto —de escasa cuantía económica— que obliga a Suiza a devolver a los países miembros un porcentaje de los impuestos recaudados a sus clientes sin facilitar nombres ni apellidos. Lo que no hay es un “intercambio automático de datos” como el que exige ahora Bruselas porque las instituciones comunitarias sospechan que es una rendija que permite a defraudadores esconderse tras lo que en la jerga de los banqueros suizos se conoce como “cuentas no declaradas”.
Estos fondos conviven con fortunas consideradas limpias y multitud de servicios y productos financieros que atraen a clientes de medio mundo a este refugio de estabilidad política y financiera.
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